¿Lento o rápido?
En estos días leí una frase de un consultor de redes sociales llamado Charles Miller, que me llamó mucho la atención:
Dedica unas pocas horas al día a ir rápido. Machácate en una sesión de gimnasio. Haz trabajo profundo en un proyecto que te importe. Pasa el resto del día yendo despacio. Da paseos. Lee libros. Disfruta de una larga cena con amigos. En cualquier caso, evita el ansioso punto medio donde nunca llegas a relajarte de verdad ni a avanzar de verdad.
La razón por la que me llamó la atención fue porque me sentí un poco identificado. Sobre todo en la última parte.
Y no creo que yo sea la única persona a la que le pasa. Creo que todos nosotros pasamos muchísimo tiempo en ese “ansioso punto medio donde nunca llegas a relajarte de verdad ni a avanzar de verdad”.
Saboteamos nuestro tiempo “lento” pensando en todo lo que nos falta por hacer. Luego, en el trabajo, estamos constantemente siendo interrumpidos por notificaciones, o cambiando de contexto continuamente.
Me gusta mucho esta premisa de pasar poco tiempo al día yendo rápido y el resto del tiempo yendo lento. ¡Pero cuidado! No estamos hablando de velocidad, sino de intensidad.
Pregúntate a ti mismo: “¿en qué quiero ser rápido hoy y cómo quiero pasar el resto del día?”. Luego ponte manos a la obra con eso que quieres hacer, y disfruta el resto de tu día sin pensar en todo lo que no has hecho.
Una buena manera de poner esto en práctica es comiéndose una rana, por ejemplo.
Hasta la semana que viene.